Sueños extraños
- Amadeu Isanta
- hace 4 días
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La noche fue muy agitada para Sam. Había soñado en desplazamientos que él hacía en diferentes medios de transporte. Se vio viajando en metro, en el interior de un avión y hasta montado en un carruaje típico como los utilizados por los amish. No estaba seguro de si todo eso era una señal maravillosa o el presagio de un desastre, pero sí sabía que era un indicador de algo que ya intentaría descubrir.

Sam se despertó sudoroso, con el eco de los raíles del metro aún resonando en sus oídos. El reloj marcaba las 5:47 de la mañana, demasiado temprano para levantarse, pero imposible volver a dormir con todas esas imágenes revoloteando en su mente. Se sentó en la cama, frotándose los ojos, mientras intentaba dar sentido a sus sueños.
"¿Por qué tantos medios de transporte? ¿Y por qué tan distintos entre sí?", se preguntó.
Bajó a la cocina, donde preparó café mientras seguía reflexionando. Sabía que los sueños a veces eran solo el reflejo de pensamientos inconexos, pero este se sentía diferente, como si escondiera un mensaje. Terminó su taza y, sin pensarlo demasiado, se vistió y salió a caminar.
El aire fresco de la mañana le aclaró la mente. Sam caminó sin rumbo fijo hasta que llegó al parque de la ciudad. Allí, sentado en un banco, vio a un anciano que alimentaba a las palomas. Algo en su porte tranquilo y sabio hizo que Sam se sintiera atraído a hablar con él.
El anciano tenía una presencia peculiar, con ojos profundos y serenos que parecían ver más allá de la superficie. Sus movimientos eran pausados y deliberados, como si cada acción tuviera un propósito. Vestía de manera sencilla, pero con un aire de dignidad que transmitía respeto.
—Buenos días —saludó Sam.
El anciano levantó la vista y le dedicó una sonrisa amable, casi cómplice.
—Buenos días, joven. ¿Preocupado por algo?
Sam se sorprendió por la precisión del comentario. ¿Cómo había adivinado sus pensamientos?
El anciano notó su sorpresa y explicó con calma:
—La forma en que caminas, con la cabeza gacha y la mente perdida en pensamientos, es un lenguaje que conozco bien. He visto muchos como tú, buscando respuestas en medio del bullicio de la vida.
Sam se sintió aliviado por la explicación y, al mismo tiempo, impresionado por la intuición del anciano.
—En realidad, sí. He tenido un sueño extraño y no puedo quitármelo de la cabeza.
El anciano asintió con comprensión.
—Los sueños son puertas a otras verdades. Cuéntame el tuyo.
Sam le relató todos los detalles, desde el metro hasta el carruaje amish. Cuando terminó, el anciano guardó silencio por unos instantes antes de hablar.
—Cada medio de transporte simboliza un camino diferente en tu vida. El metro representa los trayectos rutinarios, aquellos en los que te dejas llevar por las vías ya establecidas. El avión es la ambición, el deseo de volar alto y llegar más lejos. El carruaje amish simboliza la necesidad de volver a lo sencillo, a las raíces.
Sam reflexionó sobre esas palabras.
—¿Y qué significa que los haya soñado todos en la misma noche?
El anciano sonrió.
—Significa que estás en un punto de decisión. Tu vida puede tomar cualquiera de esos rumbos, pero solo tú puedes elegir cuál.
Sam sintió un nudo en el estómago. La rutina de su trabajo en la oficina le resultaba cada vez más tediosa y opresiva, y había soñado con viajar, con ver el mundo, pero también con escapar a un lugar más tranquilo y simple.
—¿Cómo sé cuál camino es el correcto?
El anciano se levantó despacio.
—Escucha tu intuición. Los sueños no te dan respuestas, solo pistas. El resto depende de ti.
Con esas palabras, el anciano se alejó, dejando a Sam inmerso en sus pensamientos.
Durante los días siguientes, Sam no pudo dejar de pensar en la conversación. Empezó a prestar más atención a los pequeños detalles de su vida: el cansancio al tomar el metro cada mañana, la emoción que sentía al ver fotos de lugares lejanos, y la paz que encontraba en los fines de semana cuando iba al campo.
Una tarde, mientras revisaba viejas cajas en su ático, encontró un mapa antiguo que su abuelo había guardado. Era un mapa de rutas de trenes antiguos que conectaban pequeñas ciudades y pueblos. Una idea comenzó a formarse en su mente.
"¿Y si hago un viaje siguiendo estas rutas? No en avión ni en coche, sino en trenes locales, conectando con la historia y la gente de cada lugar."
La idea le pareció perfecta. Era una combinación de lo simple, lo aventurero y lo significativo. Al día siguiente, pidió una excedencia en su trabajo y comenzó a planear el viaje.
El primer tren lo llevó a un pequeño pueblo en las montañas. Allí conoció a Clara, una artesana que hacía cerámicas y que le enseñó el valor de la paciencia y la dedicación. En otro pueblo, más al sur, conoció a Mateo, un joven agricultor que le habló sobre la conexión con la tierra y la importancia de cuidar el entorno.
Cada parada en el viaje le enseñaba algo nuevo, y Sam empezó a entender el significado de su sueño. No se trataba de elegir un único camino, sino de combinar las experiencias: la estructura del metro, la libertad del avión y la simplicidad del carruaje.
En una de las últimas paradas, en un pueblo rodeado de campos de trigo, Sam decidió quedarse más tiempo. Allí encontró la paz que había anhelado y la oportunidad de contribuir ayudando en una pequeña panadería. Sus días se llenaban de aromas de pan recién horneado y de conversaciones con los lugareños.
Mientras miraba el atardecer desde la colina cercana, comprendió que el viaje no había sido solo físico, sino también interno. Los medios de transporte en su sueño no eran simples vehículos, sino metáforas de su propio crecimiento.
La noche cayó y, por primera vez en mucho tiempo, Sam durmió plácidamente, sin sueños extraños, solo con la certeza de haber encontrado su propio camino.
Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0. Para ver una copia de esta licencia, visite https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/©
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