En un mundo paralelo
- Amadeu Isanta
- 17 may
- 4 Min. de lectura
En un mundo donde los cielos eran púrpuras y los mares de plata líquida, los humanos no eran los guardianes del conocimiento. Esa tarea recaía en los "Luminaris", seres etéreos hechos de luz y energía, que flotaban sobre ciudades construidas en árboles gigantescos cuyos troncos eran tan anchos como montañas. Estos seres alimentaban la vida con su sabiduría y protegían el equilibrio de todas las cosas.

Pero un día, el equilibrio se rompió. Una grieta se abrió entre ambos mundos y comenzó a filtrarse una sombra: el "Umbral", una fuerza oscura que devoraba la luz y el conocimiento. Nadie sabía de dónde venía ni por qué había despertado, solo que estaba destruyendo los pilares que sostenían el universo.
Amara, una joven humana curiosa y valiente, vivía en las aldeas situadas a la sombra de los inmensos árboles. Desde niña, había sentido una conexión especial con los Luminaris. Mientras otros los veneraban desde lejos, ella había encontrado formas de comunicarse con ellos a través de cantos y meditaciones. Fue esa conexión la que la guió hacia un descubrimiento inesperado.
Una tarde, mientras exploraba las profundas y retorcidas raíces de uno de los árboles madre, encontró un antiguo códice sellado en cristal. Al tocarlo, una voz resonó en su mente, como un eco de siglos pasados. Decía que el Umbral solo podría ser sellado si alguien de carne y hueso tocaba el "Corazón del Alba", un cristal oculto en lo más profundo del océano de plata. Era una misión que nadie había intentado antes, pues las aguas plateadas eran un misterio temido incluso por los Luminaris.
Cuando Amara llevó el códice ante los ancianos de su aldea, estos trataron de disuadirla. “Es una locura, un suicidio”, decían. “Las aguas te consumirán antes de llegar al fondo. Deja que los Luminaris encuentren otra solución”. Pero Amara no podía esperar. Cada día que pasaba, el Umbral creaba nuevas fisuras en el cielo púrpura, y su oscuridad se filtraba en la tierra, marchitando los campos y debilitando a los árboles madre.
Los Luminaris, testigos de su determinación, decidieron ayudarla. Reunieron su energía en un halo de luz que envolvió a Amara, protegiéndola del frío y la oscuridad. “Te guiaremos hasta el Corazón del Alba”, le dijeron, “pero el acto final debe ser tuyo”.
El viaje comenzó una mañana tranquila, cuando el cielo apenas comenzaba a teñirse de un naranja suave. Amara navegó en una pequeña embarcación hecha de madera de los árboles madre, que flotaba grácilmente sobre la densa plata del océano. Los Luminaris la acompañaban, sus formas resplandecientes reflejándose en las aguas como destellos de estrellas.
Mientras se adentraba en el mar, la luz comenzó a menguar. El horizonte, antes claro y vibrante, se tornó sombrío. Las sombras del Umbral se manifestaban como tentáculos negros que emergían de las profundidades, intentando alcanzar a Amara. Con cada ataque, los Luminaris proyectaban un escudo de energía que los repelía, pero la tensión aumentaba.
“El Corazón del Alba está cerca”, anunció uno de los Luminaris, su voz como un rayo de sol en medio de la oscuridad. Amara preparó su respiración y aseguró el códice en su cinturón. Sabía que el último tramo sería suyo.
Cuando la embarcación alcanzó un punto donde el agua parecía volverse cristalina, Amara sintió un tirón en su corazón, como si algo la llamara desde el fondo. Sin vacilar, se sumergió. La energía de los Luminaris la rodeaba como una segunda piel, permitiéndole moverse libremente en el denso líquido plateado.
Las profundidades eran aún más inquietantes. Criaturas desconocidas se movían en la penumbra, y los ecos de las sombras resonaban como murmullos. Sin embargo, Amara no se detuvo. Finalmente, vio un destello: el Corazón del Alba. Era un cristal inmenso que latía con una luz cálida y dorada, como si contuviera el amanecer mismo.
Al acercarse, las sombras del Umbral se congregaron a su alrededor, formando una barrera viviente. Los Luminaris, desde la superficie, hicieron un último sacrificio. Vertieron toda su energía en un único rayo de luz que atravesó las aguas, creando un camino directo hacia el cristal. Amara nadó con todas sus fuerzas, sintiendo cómo la energía de los Luminaris se desvanecía poco a poco.
Cuando finalmente tocó el Corazón del Alba, una explosión de luz se desató. Era como si el sol hubiera nacido dentro del océano, iluminando cada rincón de ambos mundos. La grieta se cerró, y el Umbral desapareció con un grito final que se perdió en el eco del resplandor.
Amara despertó en la orilla, rodeada por su pueblo y los Luminaris. Aunque había perdido la conciencia al sellar la grieta, su corazón ahora brillaba con la misma luz dorada del cristal. Los Luminaris explicaron que parte de su esencia había quedado en ella, uniendo para siempre a humanos y seres de luz.
Desde ese día, los Luminaris y los humanos aprendieron a coexistir como iguales. Las ciudades en los árboles madre se abrieron a los habitantes terrestres, y juntos, reconstruyeron el equilibrio. Amara se convirtió en un símbolo de esperanza, una prueba viviente de que la valentía y la unión podían vencer cualquier sombra.
El mundo de los cielos púrpuras y los mares de plata líquida volvió a prosperar, iluminado por la luz de quienes se atreven a enfrentar la oscuridad. Y aunque el Corazón del Alba había regresado a su letargo, todos sabían que mientras humanos y Luminaris permanecieran unidos, ninguna sombra podría prevalecer.
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