El ataque de los Oxímoron
- Amadeu Isanta
- 7 jun
- 3 Min. de lectura
Era un día soleadamente nublado en Ciudad Contradictoria. Los habitantes, expertos en vivir su caótica tranquilidad, comenzaban la mañana con sus rutinas de espontaneidad: desayunos organizadamente desordenados, paseos apresuradamente lentos y conversaciones silenciosamente ruidosas. Todo marchaba como de costumbre, es decir, de forma impredecible, hasta que el cielo decidió tomar el protagonismo.

Primero llegó un "silencio atronador", un sonido tan intenso que dejó a todos petrificados por el ruido de la nada. Las aves se detuvieron en pleno vuelo, flotando inmóviles como si fueran globos llenos de helio pesado. Luego, apareció una nube "oscuramente brillante", iluminando con sombras cada rincón de la ciudad. Algunos habitantes sacaron paraguas translúcidamente opacos, mientras otros se pusieron gafas para ver mejor la oscuridad.
De aquella nube salió el ejército de los Oxímoron, seres con cabezas cuadradamente redondas y corazones fríamente cálidos. Caminaban con una gracia torpemente elegante, sus pasos resonando como ecos ensordecedores en la nada atronadora. Mientras avanzaban, lanzaban "mudas palabras" que rebotaban como pelotas invisibles contra las fachadas de los edificios. Un señor con barba joven exclamó: —¡Esto es absolutamente relativo!
El alcalde de Ciudad Contradictoria, conocido por su "sabia locura", se subió a una tarima que no estaba ahí hasta que lo estuvo. Vestía su característico traje formalmente informal, con una pajarita que no sabía si quería ser corbata. Alzó la mano y lanzó un "grito silencioso", un gesto que normalmente calmaba cualquier revuelo, pero los Oxímoron parecían inmunes. Continuaron avanzando, transformando todo a su paso en un "caos organizado": las farolas brillaban apagadas, los semáforos mostraban rojo, verde y amarillo simultáneamente, y los gatos ladraban con miau en cada esquina.
Entonces apareció Sofía, una niña "valientemente asustada" que siempre llevaba consigo su "espada de espuma dura". Era una espada que parecía tan inútil como poderosa, un arma ideal para un día contradictorio. Con pasos firmemente dudosos, se acercó al líder de los Oxímoron, un "gigante diminuto" llamado Paradoja. Su rostro cuadradamente redondo reflejaba una calma inquietante, y sus ojos, llenos de vacío, brillaban opacos.
—¿Qué queréis? —preguntó Sofía con una voz fuerte pero temblorosa.
Paradoja, con un "murmullo ensordecedor", respondió: —Buscamos un lugar donde la contradicción sea aceptada.
Sofía pensó por un momento, sosteniendo su espada como si fuera un cetro de autoridad. Finalmente, sonrió con una "triste alegría" y dijo: —Ciudad Contradictoria puede ser vuestro hogar. Aquí todos somos un poco absurdos.
Los Oxímoron se detuvieron de inmediato. Su "perfecta descoordinación" se transformó en un "orden desordenado" mientras intercambiaban miradas que no se miraban. Finalmente, celebraron con un "silencio festivo" tan ruidoso que las ventanas temblaron sin romperse.
Desde ese día, los Oxímoron se integraron en el día a día de Ciudad Contradictoria. Los gigantes diminutos se volvieron panaderos que horneaban panes fríamente calientes, taxistas que manejaban coches inmóviles y jardineros que cuidaban flores marchitas llenas de vida. El caos organizado se intensificó: los relojes continuaron marcando horas atemporales, las paredes de las casas eran transparentemente sólidas, y los ríos fluían hacia arriba con una serenidad tempestuosa.
Un día, Sofía se encontró nuevamente con Paradoja en la plaza principal, donde la fuente lanzaba agua seca al ritmo de un reloj de arena que contaba minutos eternos. —¿Estáis contentos aquí? —le preguntó, sentándose en un banco incómodamente cómodo.
Paradoja asintió con una expresión contradictoriamente clara. —Este lugar es exactamente lo que necesitábamos. Somos entendidos por no ser entendidos.
Sofía sonrió. Sabía que, en Ciudad Contradictoria, la normalidad era el mayor de los absurdos, y eso lo hacía perfecto.
Con el paso del tiempo, los habitantes se adaptaron a las nuevas "normas anormales". Las escuelas enseñaban "lecciones olvidables", las bibliotecas se llenaron de "libros vacíos" que narraban historias interminablemente cortas, y los días soleadamente nublados se volvieron la regla. Los Oxímoron se convirtieron en parte esencial de la ciudad, aportando un toque de coherente incoherencia que todos aprendieron a amar.
Así, Ciudad Contradictoria, con sus contradicciones armoniosas, continuó su existencia como el lugar más "normalmente extraño" del mundo, un hogar para todos aquellos que sabían que la vida, como todo, no tiene sentido, excepto cuando lo tiene.
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