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La coronilla

  • Foto del escritor: Amadeu Isanta
    Amadeu Isanta
  • 5 abr
  • 4 Min. de lectura

La coronilla se le vaciaba considerablemente, en cada peinado sufría. La parte frontal del cráneo no presentaba entradas, a salvo, por el momento. Sin embargo, aquello era un consuelo tan frágil como un paraguas de papel en medio de un huracán. Al fin y al cabo, la calvicie no era un enemigo que avanzara en una sola dirección, sino una guerrilla metódica y despiadada.



Intentaba encontrar una solución conformista y esta podía ser el beneficio de su altura. Si lo asaltaban por detrás, la mayoría no lo vería, a no ser que estuviera sentado y de pie el otro. Táctica: en sociedad, lo más cerca posible de una pared. La vida de espaldas al muro tenía sus inconvenientes, como la limitación de movimientos, pero también sus ventajas: nadie notaba su punto más vulnerable. Sin embargo, esta estrategia empezó a traerle problemas en eventos sociales. La gente comenzó a hablar. “Ese hombre siempre está pegado a las paredes, como si las abrazara”, decían. “¿Tendrá miedo de los espacios abiertos? ¿O es que acaso escucha secretos de los ladrillos?”


Un día, durante una reunión en la oficina, una compañera le hizo notar su comportamiento. “¿Por qué siempre te sientas al fondo? Ni siquiera te gusta el café de la mesa central”. Él, rápido en excusas, respondió: “Soy un admirador de las paredes bien pintadas. Me inspiran”. Ella lo miró como quien evalúa a un marciano, pero no insistió.


Con el tiempo, los refugios estratégicos se volvieron insuficientes. Su coronilla no solo se vaciaba, sino que también parecía brillar más de lo normal, como un faro en plena tormenta. La situación se tornó crítica el día que un compañero de trabajo, al mirarlo de reojo, exclamó: “Oye, tu cabeza está reflejando la luz en mi pantalla, no puedo ver nada”. Avergonzado, decidió tomar medidas drásticas.


Aquella noche, navegó por internet en busca de soluciones. Encontró foros, productos milagrosos y hasta recetas caseras que involucraban miel, ajo y una danza en luna llena. Finalmente, topó con un anuncio que prometía resultados inmediatos: “Tinte capilar holográfico. No solo cubre la calvicie, también transforma tu cabeza en una obra de arte moderna”. Sin pensarlo dos veces, lo compró.


El paquete llegó dos días después. Dentro había un frasco pequeño y un manual de instrucciones que parecía escrito por un poeta surrealista. Decía cosas como: “Aplica con la delicadeza de quien acaricia un arcoíris” y “Recuerda, la belleza está en los ojos del espejo, pero también en el del vecino”. Aunque desconcertado, siguió las indicaciones al pie de la letra.


Cuando terminó, fue al espejo y se quedó boquiabierto. Su coronilla brillaba, sí, pero ahora con destellos multicolores que cambiaban de tono según la luz. Era como tener un prisma incrustado en la cabeza. Pensó que tal vez había exagerado, pero al día siguiente en la oficina, la reacción fue unánime. “¡Es increíble! ¿Es arte? ¿Es moda?”, decía la gente. Incluso su jefe, un hombre conocido por su frialdad, lo felicitó: “Eso es innovación. Necesitamos más gente como tú”.


Aprovechó el repentino cambio de percepción para adoptar un personaje acorde. Ahora caminaba con una seguridad que no había sentido desde sus días de pelo abundante. Organizó una exposición titulada Reflejos del alma: un viaje por la calvicie multicolor. La galería estaba llena de fotos de su cabeza bajo diferentes luces y ángulos. Para su sorpresa, el evento fue un éxito. Críticos de arte lo llamaron “el pionero del cráneo conceptual”.


Pero el éxito trae consigo nuevos problemas. Una noche, al salir de un evento, fue abordado por un hombre que llevaba un sombrero de copa desproporcionadamente grande. “Tengo un negocio para usted”, le dijo. “Quiero usar su cabeza como pantalla para proyectar mensajes publicitarios. Imagínelo: promociones brillando en la oscuridad, mensajes de esperanza sobre un lienzo humano”. Aunque al principio se negó, la oferta económica era demasiado buena como para ignorarla.


Pronto, su cabeza se convirtió en el soporte publicitario más innovador de la ciudad. Mientras caminaba por las calles, la gente podía leer anuncios de cafeterías, tiendas de ropa y hasta eventos culturales. Pero lo que comenzó como una simple estrategia comercial, rápidamente degeneró en caos. Una noche, mientras proyectaban un anuncio de un nuevo perfume llamado Esencia de Misterio, un grupo de palomas, atraídas por el brillo, se posó sobre él. Terminó corriendo por las calles, cubierto de plumas y dejando un rastro de confusión a su paso.


Aquel incidente lo hizo reflexionar. Tal vez había llevado las cosas demasiado lejos. Decidió abandonar su vida de prisma humano y volver a la sencillez. Pero ya era tarde. La gente lo reconocía por las calles. Recibía cartas de admiradores. Incluso un cineasta le propuso hacer un documental titulado La luz interior: el hombre que iluminó la ciudad. Para cuando quiso darse cuenta, su cabeza era más famosa que él.


En un intento por recuperar el anonimato, tomó una decisión radical: se rapó por completo. Sin destellos ni reflejos, pensó que podría pasar desapercibido. Pero el destino tenía otros planes. Resultó que su cráneo tenía una forma perfectamente simétrica, algo que los escultores consideraban “la proporción áurea del cráneo”. Rápidamente, su cabeza se convirtió en modelo para artistas y diseñadores. Una universidad le otorgó un doctorado honoris causa en “Estética craneal”.


Finalmente, aceptó su destino. Si su cabeza estaba destinada a ser el centro de atención, al menos sería en sus propios términos. Fundó una organización llamada Calvos con Propósito, dedicada a celebrar la diversidad capilar y a promover el uso creativo de las cabezas brillantes. “Porque donde unos ven calvicie, otros vemos un lienzo”, decía en sus discursos.


Y así, entre brillos, anuncios y esculturas, descubrió que lo importante no era lo que tenía o no en la cabeza, sino lo que hacía con ella.



Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0. Para ver una copia de esta licencia, visite https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/©


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